"Entre el odio y el amor"...FIN

El Perdón.
En medio de la dificultad y el remolino de golpes nos extendimos la mano.
ANTERIOR. Regresaron a casa, estabas con fuerte dolor de cabeza, y al día siguiente tenías práctica del curso de Estadística, pero no estudiaste, sólo descansaste. 

Al día siguiente, tu hermano fue  a recoger los resultados que había llevado la noche anterior. Tú fuiste a la escuela, no diste tan bien la práctica del curso de Estadística porque en tu mente estaba tu padre, y cuando regresaste  a casa encontraste a tu hermano almorzando, le preguntaste qué había pasado;  él te dijo que había recogido los análisis, y que los doctores, entre ellos la alemana que veía a tu padre, le dijeron que tu padre ya movía una mano.

Habían ido algunas personas a donar sangre para tu padre, eran amigos de la familia. Así te informó tu hermano Oscar. Y agregó que un paciente de la sala de cuidados intensivos, donde estaba tu padre, había muerto. El gato había esperado a esa alma, no la de tu padre. 

Estabas más tranquilo, tu padre mejoraba, tú seguías pidiéndole a Dios que aún no se lleve a tu progenitorHablaste con tu hermano, le dijiste que lo mejor era no visitarlo en ese estado, ya que tu padre se emocionaría mucho, y podía causar un shock como lo había hecho antes. Lo mejor era verlo cuando pase a los pabellones donde había estado.

Tu padre estaba resistiendo bastante, sin duda, las oraciones de las demás personas junto con las tuyas hacían que tu padre estuviese apenas vivo. Seguramente, como tú lo dijiste, tu hermano fallecido, Manuel Segura, hermano que no conociste, mellizo de tu hermano Oscar, rezaba por su padre allá en el cielo. El alma de tu hermano Manuel rodeaba el hospital Loayza.

Después de cinco días tu padre salió de cuidados intensivos, y el doctor que lo veía le dijo a tu hermano que tu padre, sí, tu padre, había salido de estado de muerte, recién les avisaban. Quizá fue mejor que no supieras que tu padre había estado a un paso de conocer la muerte.

Paz y perdón.
Referencial: así nos abrazamos con mi padre.
Lo fuiste a visitar, entraste y estaba durmiendo, te acercaste, lo viste bien, y preferiste no despertarlo. No pasaron ni dos minutos y tu padre abrió los ojos, te miró, luego a tu hermano, y empezó a llorar, para esto, te habías propuesto no llorar frente a él, ya que eso lo conmovía demasiado.  Rezabas por él todos los días como nunca antes lo habías hecho por él. Tu padre estaba vivo y eso te fortalecía, pese a que aún seguía en el hospital, su nuevo hogar. Hablaron de cómo se estaba recuperando, qué sentía, y conversaron, además, de tu vida, luego  él preguntó por tu madre, le dijiste que estaba bien gracias a Dios.  Lo viste pálido y apagado, con una mirada ida hacia el techo. Te despediste de él, lo besaste y, aunque te habías propuesto no llorar, lloraste en su cuello, pero rápidamente te secaste las lágrimas; lo dejaste llorando.

Días después, tu hermano llamó a tu casa desde su trabajo para decirte que Mayela, tu hermana, lo había llamado porque tu padre había sangrado nuevamente. Te pusiste nervioso. Tu hermano y tú pagaron un examen que era necesario para tu padre; dabas cualquier cosa con tal que él se recupere y vuelva a sonreír. 

Ese día, jueves quince de marzo de 2007, fuiste a trabajar pensando en tu padre y en los momentos que pasaron juntos doce años atrás.  Tu hermano también te había dicho que posiblemente tu padre pasaría  a cuidados intensivos nuevamente.

Esos días te ponías a pensar lo grandioso que es Dios, te daba siempre lo que querías, te mimaba, como también te educaba. Nunca pensaste ni tuviste fe en la posible reconciliación de tu hermano con tu padre, mucho menos de que tu mamá preguntara por su salud, y de alguna manera también le interesaría cómo iba tu padre en su trágico estado de vida.

Incluso tu tío Rodolfo, quien había reemplazado a tu padre, preguntó por él, y te dijo que te apoyaría, que no te afectara esa situación, que seas fuerte; que la muerte puede venir y llevárselo. Lo que más te gustó de esa conversación, que tu propio tío inició cuando tú manejabas rumbo a tu trabajo un día sábado por la tarde, fue que dijo:
-No somos quienes para juzgar a tu padre, si hizo bien o si hizo mal no sé; que Dios lo juzgue; no le deseamos ningún mal, es un ser humano, la vida es así -.

Te tranquilizaba que, en cierta medida, tu familia por parte de tu mamá lo perdonara, y se reconciliaran ellos mismos y con él también. Este hecho impulsó aun más para que escribieras tu primer libro, y pusieras por título “El Encanto de vivir”. Te propondrías hacerle una entrevista, la mejor entrevista que nunca antes habías hecho; de hijo a padre. Tu padre seguía vivo. Recibía visita de tus tías, primos y amigos; ellos hacían que él ría y estuviese tranquilo, acompañado por sus seres queridos.

Mientras algunos maldecían la enfermedad de tu padre y el estado doloroso y difícil en el que estaba; tú, Franco Segura, agradecías a Dios. Te habías reconciliado con tu padre, lo habías visto, abrazado y besado a tu progenitor, a quien te pareces mucho, y a quien nunca odiaste ni juzgaste, y que ahora lo besabas y abrazabas.

“Los años no resisten el peso del alma”, dijiste sonriendo y sollozando saliendo del pabellón en donde se encontraba tu padre. El alma de tu padre y tu alma recién se habían conocido.

Una luz en medio de la noche
El fuego consumió el pasado y alumbró ese presente.
El domingo dieciocho te habías propuesto ir a visitarlo, pero estabas cansado porque la noche anterior hubo matrimonio en la capilla donde trabajabas, y te quedaste hasta tarde. Además, ese día domingo amaneciste con dolor de estomago y algo decaído. Por eso, cuando llegaste a casa a eso de las doce y cuarenta, le dijiste a tu hermano, quien se alistaba para ir al hospital, que  le mandara saludos a tu papá de parte tuya, y que le dijera que tú irías el lunes porque estabas algo mal. Tu hermano fue al hospital, pero tú tenías tantas ganas de hablar con tu padre que del Nextel de tu tío Lucho, quien vive contigo, llamaste al Nextel de tu hermano, para que te pasara con tu padre. Estabas echado en tu cama, y tu madre te despertó a las tres de la tarde como tú se lo habías dicho, le pediste que trajera el Nextel de tu tío para que hables con tu padre; tu madre bajó y trajo el celular. Del celular se escuchaba:
-Dime -, era la voz de tu hermano; tu tío Lucho había apretado el botón que abre al conversación. Tu madre se acercó a ti, te dio el celular, y se sentó en los pies de tu cama, poniendo mucha atención al Nextel negro que estaba en tus manos. Respiraste hondo para no llorar, apretaste el botón que abre la conversación y dijiste:
-Hola. Estás en el hospital, ¿no? -.
-Sí. ¿Por? -, dijo tu hermano.
-Pásame con mi papá -, dijiste,  mientras veías a tu madre que se acercaba al Nextel para escuchar la voz de tu padre.
-Hola papá. ¿Cómo estas? ¿Ya mejor? -.
Tu padre respondió:
-Hola hijito. Hoy me sacaron los puntos... -.
La voz de tu padre se cortó, y no lo escuchaste bien porque estaba llorando, y tú querías hacerlo, pero te hiciste el fuerte ante tu madre.

Esos puntos que le habían sacado eran del estómago, era de la operación por la que casi se fue de la tierra. Tu madre te preguntó qué había dicho tu padre, pero le dijiste que no  habías escuchado casi nada por lo que él estaba llorando. Este momento lo volviste como algo increíble e histórico en tu vida, porque luego de más de diez años tu madre escuchó la voz de tu padre, además, porque cuando cerraste los ojos escuchabas a tu padre en el oído izquierdo, y, en el oído derecho, a tu madre.

Los cuatro: tu padre, tu madre, tu hermano y tú estaban, aunque por celular y a gran distancia, nuevamente juntos, después de muchos años. El lunes diecinueve lo volviste a ver. Llegaste, entraste por la puerta de emergencia, ya que la puerta principal fue cerrada porque se había escapado un enfermo. Después te enterarías que fue un paciente que estaba en la cama del lado derecho  de tu padre. 

Entraste a ver a tu padre, te acercaste a él, lo besaste; él también hizo lo mismo. Tenía que tomar tres litros de un amargo purgante, él, en cierta medida, no quería tomárselo.  Hablaste de su salud, él te dijo que tenía un examen al estómago, era a las cinco de la tarde. Tú habías ido a las dos, faltaban tres horas.

Las enfermeras lo bordeaban, lo engreían y le hacían muecas para que tome ese purgante. A ti te agradaba que lo engrieran, y te acordarías que cuando una vez de chico estabas mal, no querías tomar un remedio. Ahora tu padre volvía a ser como un niño, que habría que engreírlo y hacerle tomar su remedio, y ahora tú lo cuidarías.


Cuando te despediste abrazaste a tu padre y lo besaste; tu padre te besó y te abrazó fuertísimo; ahora él lloraba para que no te vayas, y recordabas cuando lloraste para que él no se fuera de la casa cuando eras pequeño. Todo había dado vueltas; la diferencia era de que tú sí ibas a regresar, y estarías con él en las buenas y en las malas, hasta el final de sus vidas.  ¡FIN!

PD: Esta historia fue tomada del libro EL ENCANTO DE VIVIR (2007), caso de la vida real. 

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