Mi Muerte ‘segura’


“Doctor Christian, llamé inmediatamente a los familiares del Señor Segura y dígales que su familiar está muy delicado y cada vez se complica la operación, y está a punto de darle un paro y morir. Es una gran probabilidad que muera”, dijo el doctor Max que me estaba operando de peritonitis de 4 días.

El doctor Christian era mi primo médico que estaba apoyando en la operación y que según comentarios filtrados entre los médicos, si él no hubiese entrado a sala de operaciones los médicos me hubieran cerrado mi barriga y puesto periódico en la cara, y claro me imagino a mi madre llorando frente a mi cajón, y yo sin afeitarme hubiese muerto y sin conocer más a Dios y darme cuenta de cosas inimaginables y desenmascarables.

Mi hermano daba el anuncio por teléfono a mis familiares quienes solo lloraban de la gran sorpresa de que yo me muera sin haberme despedido y tan joven y teniendo al amor de mi vida de tan solo tres añitos. Sin embargo todos decían “si siempre ha estado con Dios y a su servicio, le hará el milagro al Franquito”. Mientras tanto en el hospital ya pasaba a tener 150 latidos lo que era considerado como taquicardia, dicen pues que lo normal es 60 latidos por segundo, yo los doblaba. ¿Sería Dios que ponía barreras en la operación para demostrar que puede hacer lo imposible humanamente?

Lo peor no era el corte larrrrrrrrrgo que me hicieron, puesto que intentaron con la parascópica y me hicieron un hueco entre el ombligo y el miembro viril, y claro por el ombligo metieron la cámara y vieron color ‘negro’, por ello decidieron con emergencia hacerme mi corte similar a Rambo para abrirme, como bien dice mi primo Christian, abrirme como pollo.

Las cosas empeoraron porque tuvieron que abrirme algunos centímetros más para sacar mis intestinos ‘como tallarines’ a una fuente y lavarla diez veces para limpiarlo de todo el mar de materia y ácidos que perforaron mis intestinos y que dañaron todas las paredes de mis órganos. 

Me hicieron otro orificio al otro costado para jalar mi intestino y estar ‘con mi bolsita’ durante tres a cuatro meses, en buen cristiano hacer ‘pufi’ por mi barriga mediante mi intestino que tenía que ser jalado como manguera.  Parece que Dios se había olvidado de mí, mi primo Christian estaba jalándose los pelos y no podía creer, solo atinaba a decir “qué salado, carajo”, mientras sudaba frío porque esperaba a la muerte que venga por mí.

Claro, sin obviar que cuando jalaron mi intestino a la barriga para sacarlo, el intestino no llegó al orificio hecho, lo que provocaba miradas entre los médicos que eran entendidas como: “está destinado a morir acá”.

Los médicos repetían en coro “nunca hemos operado en este extremo y menos con todas estas complicaciones: taquicardia a 150, peritonitis crónica, paredes del estómago dañadas, intestinos perforados, intestinos mazamorras, queremos jalarlos al aire libre y no llegan..¿Algo más?”, decían los médicos ya incómodos que todo era oposición.

Mientras tanto mis familiares ya escogían ternos oscuros, o quizá ropa negra elegante para darme el encuentro en mi velorio. Yo siempre le comentaba a mamá lo que debían hacer cuando muera. “Mamá, por favor, si muero haces lo siguiente me afeitas bien, me bañas, me peinas raya ¾, me vistes con terno y corbata, no me pones zapatos porque me imagino que en el cajón hay mucho calorcito. Mamá y por favor, te jalo los pies, si en caso no me entierras lo más cerca a mi padre;  es más si en caso hay posibilidad van en la noche y sacan la lápida y cajón del vecino de mi papá, no se molestará su alma porque dice 'año 70’, ya está polvito”. Mi madre solo reía y decía: “¿tanto amas al desgraciadito de tu padre?”. Y seguía hablando a mi madre: “no lloren, por favor, y más bien pasen buen café, y todos están bienvenidos hasta mis enemigos que me quieren tanto, no se le niega nada a nadie, madre. Y amigo que no va al velorio no le reproches, que yo mismo iré a visitarlo en las madrugadas o cuando se encuentre solo en un cuarto oscuro. Además debe haber rosas blancas para que hagan juego con los vestidos, sacos y ternos negros. ¡Ah! Olvidaba, al lado de mi cajón una canasta de ofrendas de dinero para financiar las deudas que dejo, y creo como para guardar la cordura y el silencio en mi velorio, pues al dejar el dinero que no se sienta moneditas, que sean billetes para seguir el ritmo del silencio, ¿no?”. 

La operación duró 8 horas 57 minutos, salí un agonizante en cuidados intensivos y entubado por la boca y cada orificio de la nariz, conectado a máquinas y pinchado por todos los lados. Finalmente me habían cocido intestino con intestino y el médico dijo: “solo queda rezar y esperar el milagro, bajemos a rezar a la capilla”. Dios bendiga esa fe que no solo mueve montañas, sino también intestinos. Todo el equipo de médicos está presente en mis oraciones. Cuando desperté escuché estas célebres frases: “Estás vivo! ¡Milagro hombre! ¡Te parecerás al gato con siete vidas! ¡Ya tenemos otro héroe! ¡Dale gracias a Dios hijo! ¡Esperemos el otro milagro! Finalmente se acercó el médico que me entregó a Dios, era uno alto de bigotes muy serio, y dijo: ¿eres cristiano? ¿debe de haber algo por el cual Dios te haya regalado la vida? Sentí que lo dijo emocionado y feliz, todos los médicos estaban bordeando la camilla, eran como 5 y 4 estudiantes, me sentí intimidado, sobre todo porque estaba sin bañarme y despeinado. “Él debía estar en un cajón”, dijo un médico a los estudiantes señalándome y riendo. 

Salieron todos y me quedé acompañado de mis máquinas y de Dios. Lloré interiormente mirando al techo, no de dolor puesto que el dolor pasa más rico con ofrecer a Cristo, radical extremista de amor, además es parte del radicalismo, lloraba interiormente del milagro, de emoción que estaba vivo, que vería a mi hijo y a mi madre, que cantaba una victoria increíble. Me sentía como cuando el ejército peruano ganó al MRTA en le embajada de Japón. 

Lo cierto es que fue un milagro, lo cierto es que todas las horas desde que me llevaban desnudo por los pasillos a operarme rezaba a Dios y a mi padre, que dicho sea era su mes de muerto, le decía “Padre, en tu mes no, este mes es tuyo, no dejes que la muerte me venza, tú que estás en el cielo ayúdame, abrázame”.

Después de mi vuelta a la vida, supe el ‘quién es quién’; Dios me regaló la ‘vida’, me enseñó al ‘amor’, los verdaderos ‘amigos’, me dio el ‘pan de cada día’. Es decir, me dio todo lo que muchos piden y no tienen.

Salí flaco, había bajado más de 10 kilos, claro es que eran dos semanas sin comer y en la última tomé solo cinco cucharada de sopa, ese era mi desayuno, almuerzo y comida.

Después de semanas, me dieron de alta, mi primo Christian y mi hermano me dejaron los últimos minutos en la habitación de la clínica. Parado yo frente a mi cama, miré las paredes, el techo, el baño, hice un recorrido visual de mi ‘cuartito’ que me había cuidado, empecé a extrañar a aquella técnica gordita que me levantaba y que me coqueteaba todo el día para robarme una sonrisa “Hey, muñeco, qué buenas piernas tienes”, “Hey, muñeco, es hora de los ejercicios”, “Hey, muñeco a bañarse”. Esa gordita era feliz haciendo su trabajo, Dios la bendiga hoy y siempre, está en mis oraciones.

Salía con nostalgia de la habitación y entró un cura. “Te vas, te vas con vida, hay que darle gracias al Señor”. Lo miré y quedé impactado, sentía que el mismo Cristo me daba hasta la despedida y me acompañaba a la puerta de la calle. El curita me dio la bendición, me regaló una estampa y sonrío.

Vi la calle, vi la luz, era de verdad volver a vivir; la muerte ‘segura’ no tocó esta vez, Dios hizo un milagro, y los recuerdos de toda esta historia yacen en este corazón agradecido con Dios con la vida y con aquellos incondicionales médicos que me salvaron la vida. 

Mi madre no durmió más de 20 trágicos días, la pasó rezando y llorando. Cuando me vio se aventó  a mi cuerpo a llorar y atinó a decir: "Sabía que Jesús me lo traería, lo sabía mi Señor. Nunca perdí las esperanzas hijo, nunca mi amor".

Hoy llevo las cicatrices de trofeo de esa guerra ganada, y eso me alegra que tenga para recordar todos los días de mi vida lo que Dios hizo por mí un noviembre de 2012.

 Como dice el Papa Francisco, “Dios le da las batallas más difíciles a sus mejores soldados”.

IMAGEN: Mi primo Christian hablando con mi madre en frente mío, diciéndole que le mandaba saludos. Foto tomada por mi hermano Oscar, cuando estaba mejor. 

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