Mi madre…‘asumare’
Hay frases célebres
de mamá que uno recuerda con cariño y, claro, al escucharlas la piel se eriza y
los músculos brincan. Mi madre, Yolanda Milagros Rodríguez García, nació un 18 de octubre cuando
pasaba la procesión del Señor de los Milagros, de ahí su nombre ‘Milagros’, el
cual mi madre lo dice siempre con algo de nostalgia y devoción. Hija de dos
arequipeños de un ‘lindo carácter’, por no decir que eran casi seguidores de
Hitler. Un saludo a todos los arequipeños, con cariño claro.
Corría los años 90’s en Lima y una mujer
levantaba a sus hijos con dulzura: “Párense carajo, solo los ociosos duermen
más de las siete, báñense inmediatamente”. Mi hermano y yo literalmente volábamos a
la ducha y no siempre había agua caliente,
a lo que decíamos: “Mamá, pero no hay agua caliente”. Nuestra madre
gritaba: ¡Agua es agua carajo, qué mierda esperan que no se apuran! Nos quedaba
claro…a bañarnos y punto.
Sentados al desayuno, decíamos a mamá “ya nos
llenamos, es suficiente”. Mi madre levantaba su ceja izquierda y nos miraba,
tan pronto como lo hacía nuestros pelos se levantaban, y decía literalmente con
ternura: Saben cuántos niños no tienen estos alimentos, no tienen nada de
comidita (entonces continuaba lanzando un grito) ¡por eso coman carajo que no
me sobra la plata, y si no quieren me avisan para metérselos al hocico!. Nos
quedaba claro…a comer y punto.
Cuando crecimos y
ya teníamos amigos nuestra hora máxima de salida era las 6 de la tarde, hora en
que se prendían las luces de los postes de los parques, al verlos prender mi
hermano y yo corríamos a la puerta y literalmente mamá la abría. Hasta que por
jugar tan apasionadamente al fútbol un día nos dio 6:02 pm. y un grito que se
escuchaba en toda la manzana despertaba a los vecinos: ¡Pasen carajo! Corríamos
a la puerta y yo empujaba a mi hermano: pasa tú, eres el mayor; mi hermano me
decía, "estás huevón, que te pegue a ti primero". Y mi madre parada con la puerta
abierta: “qué mierda esperan que no van a pasar, estoy parada como una cojuda,
no les voy a pegar”. Claro, eso decía sus labios pero sus manos y el palo de
escoba no corroboraban eso de mamá. Y demás decir que estos episodios
terminaban en golpes de mamá y un lonchecito caliente, que nos dejaba tiesos en
sueños.
Estudiar con mamá era algo estresante, si te
equivocabas en una pregunta te cogía las patillas y de formar circular decía
mordiéndose los labios: “Aprende, aprende; cómo no vas a saber esto”.
Los sábados y domingos todos nuestros amigos
iban a la piscina, a jugar todo el día o hacer más amigos y amigas; en cambio
mi madre se despertaba temprano y lavaba toda nuestra ropa mientras mi hermano
y yo limpiábamos la casa donde vivíamos que era de 500 metros. Aprendimos mucho
todos los sábados y domingos: barrer, encerar, lustrar, cortar los jardines, limpiar
las arañas bellísimas de la sala, aspirar las alfombras, limpiar los 5 baños de
la casa. Y ojo, era una casa de dos pisos. Limpiábamos las mamparas, y claro al
final pasarles papel periódico. Era en verdad un súper trabajo que empezaba 7
a.m. y terminaba 7 p.m.
A mamá la operaron dos veces en cada ojo de
glaucoma, por eso mi madre es casi ciega; en sus operaciones nos repartíamos la
chamba de casa, yo cocinaba y mi hermano lavaba ropa. Ahí aprendí a cocinar por
dos años todos los días, mi primer plato fue un “ajj” de mamá y de mi hermano,
y luego ese ‘aj’ se convirtió en “qué bien cocina este conchasumadre”, decía mi
hermano.
Los fines de semanas también nos llevaba a
hacer mercado, a rosarnos con gente de mercado, esa sudorosa, esa que grita:
“¡caserita, compre fresco; pruebe caserita!”. Con mamá cargábamos las bolsas de
mercado, aprendimos a escoger la fruta fresca, el pollo y pescado fresco, las
verduras buenas, etc. Claro, en ese momento era acompañar a mamá, sin saber que
eran verdaderas lecciones.
Cuando mamá nos hablaba o nos gritaba siempre
tenía que ser mirándola a los ojos: “Mírame a los ojos, carajo, cuando te
hable", y nuestra cabeza se torcía por una mano de mamá.
Cuando mi hermano y yo nos agarrábamos a
golpes mi madre nos separaba de los pelos y decía: ”¿quién empezó?” Y claro yo
y mi hermano nos señalábamos, uno al otro; entonces mamá muy sincera decía: ah!
O sea nadie ha empezado, "bueno para que aprendan a decir la verdad y todo sea
por igual vengan carajo"; y nos jalaba de los pelos a darnos catana a cada uno.
Sentados los dos llorando, solo nos mirábamos; lo gracioso era que mamá pasaba
y decía: “¿qué, están llorando?” Y nosotros aspirábamos las lágrimas y un poco
más sonreíamos como si nada hubiese pasado; mamá se iba y mi hermano y yo nos
miramos y de nuevo llorábamos.
Mamá y sus costumbres era servir una casi
fuente de comida para cada uno, su costumbre era no dejar literalmente un grano
de arroz en el plato, pues si dejabas solo uno te cogía a golpes, previa
gritada. Mamá nos acostumbró a no ser exquisitos y nunca decir no a las
comidas.
Si en caso uno de nosotros tartamudeaba algo
respondiendo a mamá era así: “¿Qué cosa, me estás respondiendo, mierda?
Cuidadito carajo que les hago comer sus dientes, a la madre no se le falta el
respeto”. Cuando nos llevaba a comprar ropa nos enseñaba
qué colores combinan y cuáles no. Pero ella siempre escogía así nosotros
dijéramos quiero esto o aquello. “No les he preguntado si quieren o si les
gusta; se van aponer esto y punto, carajo. ¿Alguna duda?” Decíamos: “No mamá,
está bonita la ropa”.
Mi madre era una leona al defendernos en los
colegios si en caso había alguna injusticia o algún compañerito nos pegaba.
Pero ay’ de nosotros si pegábamos a un compañerito y éste venía a casa con su
mamá. Mi madre salía y escuchaba las quejas, mientras yo y mi hermano debajo de
la cama rezando que no nos llame. Pero no siempre Jesucito escuchaba las
súplicas, mamá llamaba a uno de los dos, el implicado, y delante de ellos
decía: ¿es cierto que tú le has pegado a tu compañerito? Nos hacía pedir
disculpas a él y a su madre y decía que no volvería a suceder. Se iban felices,
pero al pasar a la casa mi mamá nos daba ‘caricias’. Lección aprendida: si le
pegas a tu compañerito, me destroza mi mamá”.
Mamá nos enseñó la fe católica, nos llevaba a
Misa los domingos y nos enseñaba a rezar. Cuando estaba de buen humor decía:
“Jesucito, perdón por golpear a tus hijos pero sabes que es por su bien”, y hoy
tanto Jesucito y yo sabemos que era para nuestro bien viejita.
Mi madre sin embargo se hacía querer por todo
el mundo, hasta llegó ser querida por el Cardenal Cipriani, cuando éste le
regaló unos lentes carísimos, muy buenos. Mi hermano y yo decíamos: ¿no querrá
Cipriani que mi mamá vea bien para golpearnos como los años aquellos?
Un día sentí que mamá ya estaba cansada, tal
vez la edad, tal vez los golpes de la vida y dijo una frase que nunca la había
escuchado y nunca la he vuelto a escuchar de sus labios: “Ahora ya están
preparados para todo, nunca se van a morir de nada”. Y agregó: “una madre nunca
deja de ser madre así se casen o estén viejos”.
Gracias a mamá todos los años salía en primer
puesto del colegio, se me hacía fácil estudiar; gracias a mamá me despierto
tempranísimo y no me cuesta; gracias a mamá como de todo y no existe ningún
plato que no pueda comerlo. Gracias a mamá hago todas las cosas como una ama de
casa. Mi madre no me dio golpes, me dio lecciones, estuvo cada instante
corrigiendo con su carácter. Siempre nos decía después de darnos catana: “Algún
día me van a agradecer, carajo”. Y estos tiempos son esos días en que uno dice:
tenía razón mi viejita, gracias carajo!
Y si algún día necesito de esa jalada de
patillas y de esos correazos al poto…dámelos mamá…¡claro, si en caso me
alcanzas!
FOTO: Mi madre carga a mi hermano y mi primo los mira.Año 1985 aprox.
Qué bacán este psot, eres un con... escribiendo, congratulations Goldon.
ResponderEliminar